Por Pedro Rivas Gutiérrez
Hace unos años anuncié que lanzaría un producto milagroso: el chip anti-automatización. Hoy confieso que no lo he logrado.
Aunque no entienda bien todos los avances de la tecnología, me llevo bien con el GPS, soy amigo de Siri y de Alexa y tengo lámparas solares en casa. Pero no estoy hablando de esa automatización, me refiero a la automatización de las personas. Bueno, al menos de la mía, que aún no logro combatir con éxito.
¿Qué les parece eso de que salga presuroso de mi casa para ir a una reunión en casa ajena y de pronto aparezca en la puerta de mi oficina? ¿Acaso mi auto —como dice la mestiza— se maneja solo? Eso no es otra cosa que automatización, como cuando marcas un teléfono o escribes la clave de la alarma en el micro.
—¡Buso! ¡Buso! —como decía Chabelo. ¿A ti no te pasa?
Usas las mismas rutas para ir a los mismos lugares y tienes un super preferido porque te conoces los pasillos de memoria y los recorres en el mismo orden siempre, aunque en ese super no haya los charritos que le gustan a tu cónyuge.
Hasta dentro de la casa tienes rutas establecidas que a veces caminas automáticamente sin saber por qué y a qué has ido a la cocina y abierto el refrigerador. Cuando te bañas, te jabonas en el mismo orden y de la misma manera. Si cambias es porque empezaste a necesitar puntos de apoyo para jabonarte los pies, y ya que los tienes estableces una nueva automatización.
Todo eso de la tecnología está bien, pero su efecto secundario es contagiarte de “automatitis”.
Es fabuloso que el GPS señale ubicaciones en el globo terráqueo con una precisión indudablemente mejor que aquellas de “allá tras lomita” o “avanza dos o tres cuadras y cuando llegues a la casa azul de dos pisos doblas a la derecha”. Sigues las rutas automáticamente y te pierdes el paisaje y la emoción del descubrimiento de que la casa azul ahora es rosadita.
Ya no recuerdas un solo número de teléfono, placa de automóvil ni dirección de casa. Total, todo eso está en alguno de aquellos aparatitos que, si se te pierde o se echa un clavado en el inodoro, te sientas a llorar.
Bueno, pues mi chip pretende evitar que lo automático se contagie como el catarro. Que sigan siendo automáticas las cosas (ojalá las haya cada vez mejores), pero que no nos conviertan a los seres humanos en autómatas.
Lo curioso es que los componentes del chip ya existen, están al alcance de todos y son de bajo costo. Son cosas tan sencillas como la lectura, la música, la conversación, la imaginación, la creatividad, la voluntad y otras menudencias por el estilo. ¿No crees?




y luego