Una constante que nos ha llevado a minimizar, invisibilizar y ser omisos ante las necesidades reales.
Por Vanina Hernández Villegas
Por muchos años las y los mexicanos fueron etiquetados por muchos países como un pueblo solidario y sensible ante las causas sociales, un ejemplo de ello -entre muchos- son los grupos de búsqueda y rescate de personas damnificadas que acudían sin premura apoyados por los gobiernos prestos a ayudar en cualquier parte del mundo.
Muchos fenómenos han disminuido la capacidad de servicio y apoyo de las y los mexicanos hacia otros ciudadanos del mundo y han acrecentado un sentimiento que no quiero llamar odio pero si de “falta de empatía” entre nosotros como mexicanos y desde los mexicanos al mundo.
México, conocido así en el mundo (y poco como República de los Estados Unidos Mexicanos, como es su nombre oficial), es garantía de buen trato -o era- hasta que se habló del fenómeno de la gentrificación, del exacerbado señalamiento de la división de clases en dos grandes bloques chairos y fifis … si, este sentimiento impulsado desde un podium ha sido el veneno que ha corrido con más fuerza en el torrente sanguíneo del que otrora fuera un país solidario.
Tenemos la furia desconcertante contra quienes generan la riqueza en el país y mueven la economía pero no fuimos capaces de exigir al gobierno apoyos para mantener empleos durante la pandemia, tenemos la venda puesta porque “a mí no me ha pasado” cuando un enfermo acude a una institución de salud y le dicen que no hay medicinas que deberá comprarlas por su cuenta sin importar que se quedó sin trabajo, no tenemos corazón cuando nos hemos acostumbrado a escuchar del chico o la chica que desapareció sin dejar rastro sin que ello nos cause la más pequeña emoción.
Créame todo esto ha sido resultado de un político que se ha dedicado por 23 años -casi 24- a exaltar las diferencias y que se empeñó 6 años en minimizar las tragedias, a desestimar los genuinos sentimientos desesperados de una madre buscando a su hijo, de un político al que sin planeación poco le importó destruir la selva, un hombre que luchó incansablemente por el poder, para llegar y ser la ruina de un país con gente amada en el mundo.





y luego