A mediados del siglo pasado, en 1958, se fundó en Monterrey el PUP. El fundador, don Hermenegildo López Torres, quiso unificar en un solo partido a la fuerza más grande del mundo: los pendejos.
No sé dónde quedó mi credencial, porque la tuve. Es el único partido al que he pertenecido hasta la fecha.
Don Hermenegildo era un genio. Daba pláticas y te cobraba el acceso, primera genialidad. Te decía públicamente: eres un pendejo y te lo voy a demostrar, desglosando a continuación un amplio catálogo con nombres genéricos como si de una clasificación científica de especies animales se tratara, te daba ejemplos y te pedía que te identificaras con una o varias de tales especies. Si no encontrabas al menos una para ti, es porque eras un pendejo. Y luego te vendía una credencial del PUP con tu nombre y su elegante firma.
Pagué porque me dijeran pendejo, me reí de las pendejadas que me dijo, compré una credencial que no me daba descuentos ni más ventaja que el orgullo de reconocer mi pendejez. ¡Y lo aplaudí! Por si me quedaba duda de en qué clasificación encajarme.
No sé qué fue de don Hermenegildo, solo una vez en mi vida lo vi. Sí, adivinaron, en una de sus pláticas, en la que obtuve mi flamante credencial. Pero admiro su legado.
Con el paso de los años fui entendiendo que, después de todo, la credencial del PUP tiene sus ventajas.
Es un tratamiento preventivo contra la soberbia. Saber que la obtuviste merecidamente tiene más o menos el mismo efecto que darte una vuelta por el cementerio al caer la tarde.
Es un estimulante del sentido de solidaridad. Cuando miras a tu alrededor, sabes que no estás solo.
Te ayuda a tomar la vida con humor. ¿De dónde, si no, he sacado la capacidad de pitorrearme de mis barbaridades? De otro modo, hace tiempo que la depresión hubiera acabado conmigo.
Se preguntarán por qué ahora se me ocurre hablar de esto, teniendo una militancia tan antigua. Podría enfrascarme en una disquisición filosófica amplia e intrincada para salir del paso, pero la verdad es que a últimas fechas la vida me ha dado la oportunidad de meter la pata casi al punto de fracturármela.
Así que tuve que recurrir a la medicina de las abuelas, como cuando las heridas se curaban con: sana, sana, colita de rana. Y como ya no tengo abuelas, recurrí a mi credencial del PUP. Santo remedio.
PFRG–
Pedro F. Rivas Gutiérrez





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