Por Pedro Rivas Gutiérrez
Me acuerdo de mi asombro cuando de niño conocí el primer radio que funcionaba con energía solar. Era pequeño y tenía unas celdas fotoeléctricas con las que se cargaba simplemente poniéndolo al sol un buen rato. Lo trajo de uno de sus viajes la tía Cachi.
Antes, solo conocía el radio de bulbos. Un aparato grandote y pesado que para funcionar requería un minuto o más para que se calentaran los bulbos y empezara a sonar.
Pasaron años antes de que llegara a mi ciudad la televisión, cuando ya era adolescente. Y también los aparatos eran grandes y pesados, aunque afortunadamente algunos traían patas, eran como un mueble de sala en sí mismos. Entonces ya los noticieros filmados se podían ver en casa (o en la del vecino, porque no todos tuvimos tele al mismo tiempo).
Antes de eso solo había noticieros en los cines durante los intermedios entre una y otra película. Las funciones eran de a dos y algunos domingos hasta tres películas. Un lujo.
Ya casado y con hijos conocí la primera computadora personal. Para los que saben de eso, su memoria RAM era de 64 KB. ¡Un exceso!
Cuando llegaron los celulares ya era, digamos, madurito.
Había respeto. Como que te daban tiempo para que fueras acostumbrándote a una cosa antes de atosigarte con otra.
Entonces llegó el caos. Primero cada año, después cada semestre, luego casi diario y ahora cada seis horas (como dosis de analgésicos), hay que actualizar el programa o el dispositivo y, en el peor de los casos, cambiarlos como pañal de bebé. Eso de los pañales desechables fue como una premonición de lo que vendría.
Y después del caos, enseguida, sin aviso, el apocalipsis: ¡la inteligencia artificial!
¿Saben cuántos programas de inteligencia artificial hay? Yo tampoco. Son miles y, fieles a lo de las dosis, cada tres horas sale uno nuevo que enseguida te recomiendan “los que saben”. ¡Ahora sí! ¡Este es el más completo, el mejor!
Me recuerdan a los merolicos que pregonaban en las calles los medicamentos milagrosos del momento. ¿Ven lo que digo? No hay respeto.
Antes, mi barrio era el mundo; ahora el mundo es mi barrio. Antes pensaba y preguntaba; ahora pregunto y a veces pienso. Antes sabía un poco de mucho; ahora sé mucho de poco. Todo gracias a (o por culpa de) la inteligencia artificial.
Esto del progreso acelerado de la tecnología es como un tsunami. Cuando llega el mar con fuerza, o te ahogas o te vas con el oleaje, con o sin esnórquel.
Tal vez la solución para nosotros, los viejitos, sea la que me recomienda un amigo: no entiendo ni quiero entender nada de nada. Que te lo solucionen tus hijos o tus nietos.
Pero eso es como cuando, en primaria, querías que tus papás te hicieran la tarea. ¿No?
¿Ustedes qué opinan?
PFRG
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y luego