Demostración de terrorismo; contra todo, el carnaval va bien; la sombra del caudillo
Francisco Chiquete Cristerna
Desde Mazatlán, Sinaloa …
Si el gobierno mexicano o sectores oficialistas se resistían a reconocer la existencia del narcoterrorismo en México, lo ocurrido con el carnaval de Mazatlán es una prueba contundente: sin necesidad de atentados espectaculares se sembró el terror desde lejos.
Cualquier grupo delictivo que hubiese querido hacer algo espectacular en las fiestas mazatlecas, seguramente lo habría logrado, y no por falta de vigilancia, que la hay por toda la zona turística. Lo habría hecho porque la guerra de guerrillas es imprevisible.
Pero no lo necesitaron: bastó con un acto bárbaro, pero casi cotidiano -por desgracia- como dejar una cabeza humana y un mensaje de amenaza a los músicos y sus familias, para que el mundo supiera hasta donde llegan los tentáculos de ese poder fáctico.
Eso es terrorismo.
Durante estas semanas, muchos hemos sentido la doble irritación, primero por ver las declaraciones del presidente estadunidense Donald Trump con generalizaciones groseras sobre la vida pública de México; y segundo, por ver cómo delincuentes y funcionarios se esfuerzan con sus acciones, en dar la razón al restaurador del “destino manifiesto”.
A estas alturas, hasta los más críticos han de celebrar la decisión de mandar a territorio estadunidense a 29 connotados jefes de grupos delictivos, para que sean las autoridades de allá las que los juzguen y castiguen por delitos que aún teniendo repercusión allá, fueron cometidos aquí.
El carnaval de Mazatlán, de un modo u otro, fue afectado seriamente por ese acto terrorista, pero también por el ambiente de inseguridad con que está marcado Sinaloa. De todos modos, a la hora de hacer esta entrega, justamente la mitad del término temporal de las fiestas, nada ha manchado su ejecución. Aunque la afluencia ha bajado y la ocupación hotelera no llegó a los niveles tradicionales, los mazatlecos han cumplido con su participación, atendiendo efemérides tan trascendentes como los cien años de los Juegos Florales y los 60 del Premio Mazatlán de Literatura, que junto con los espectáculos artísticos de las coronaciones, dan ese marco cultural único entre las fiestas carnavaleras del país.
Falta el primer desfile de carros alegóricos, la mayor prueba, porque usualmente convoca a verdaderas multitudes y sale adelante sin más incidentes que niños extraviados o maridos desbalagados. Esperemos que la asistencia sea amplia y los resultados blancos.
Por fortuna los propios juegos florales fueron una muestra del poderío de la fiesta. Aunque la asistencia no fue tan amplia como debió haber sido, la participación de una figura internacional como la de Plácido Domingo, que se entregó profesional y anímicamente a su público, constituyen un hito que será difícil superar.
La misma reconformación del elenco en tiempo récord constituye un símbolo de profesionalismo y capacidad del equipo organizador, que salió adelante entre versiones, advertencias y anuncios falsos de cancelación, contando con la apertura de las autoridades, que olvidaron remilgos y limitaciones de cualquier tiempo. La coronación de la reina, esta noche de sábado, fue una demostración de la resiliencia de los mazatlecos, que acudieron como si les ofrecieran una pensión de bienestar.
LA SOMBRA DEL CAUDILLO
El general Francisco Serrano se lanzó a competir con Álvaro Obregón por la Presidencia de la República y fue asesinado en 1927, junto con otras trece personas. Nuestro paisano murió en un capítulo que Martín Luis Guzmán retrató en su espléndida novela La Sombra del Caudillo. Luego apareció una película filmada en 1960 que fue prohibida por influencia del ejército, hasta los años 90.
Desde entonces no han faltado presidentes que quieran retener el poder más allá de su periodo legal, y aunque siempre han fracasado, el fenómeno se sigue repitiendo en intentos burdos y fársicos.
El último episodio notorio fue el de Carlos Salinas de Gortari, a quien mucho se acusó de haber mandado asesinar a Luis Donaldo Colosio y luego exhibió a Ernesto Zedillo para tenerlo débil y en sus manos. Zedillo le encarceló a un hermano como “estatequieto”.






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