En entrevistas realizadas en todo el país, la gente expresó miedo y cautela, y dijo que Estados Unidos parecía estar perdiendo el control.
Después de que Charlie Kirk, activista de derecha, recibiera un disparo mortal durante una aparición política el miércoles, a Edward Padron, cerrajero de 67 años de Brownsville, Texas, se le ocurrieron dos pensamientos. Uno fue inmediato. El otro tomó más tiempo.
Padron, conservador desde hace mucho tiempo, dijo que primero asumió que acababa de ocurrir “un crimen de odio contra un republicano”. Pero luego pensó en otros actos recientes de violencia en todo el espectro político, desde los atentados del año pasado contra la vida del presidente hasta los tiroteos mortales de junio contra una legisladora demócrata de Minnesota y su esposo.
Le parecía como si una terrible enfermedad se estuviera apoderando de la nación, sin una cura a la vista.
“Esto podría ocurrirle a cualquiera en este país”, dijo Padrón desde su casa, cerca de la frontera con México. “Creo que la gente en general tiene miedo”.
Esa ansiedad se repitió esta semana en entrevistas con estadounidenses, incluido un grupo de votantes que The New York Times ha seguido durante toda la presidencia de Donald Trump. Independientemente de su ideología política, la gente expresó su profunda inquietud tras el asesinato de Kirk, quien había construido un movimiento nacional que promovía la política de derecha en campus universitarios como el de Utah, donde su vida terminó.
Algunos de los entrevistados no habían oído hablar de Kirk. Otros tenían fuertes sentimientos hacia él y su política, a favor y en contra. Pero prácticamente todos estaban de acuerdo en que la violenta muerte de Kirk parecía confirmar el profundo temor de que algo anda muy mal en esta nación.
No se trataba solo de la violencia armada. En cierto sentido, eso se ha convertido en una tragedia cotidiana, lamentable pero no sorprendente. Como señalaron varias personas, el miércoles también hubo un tiroteo en una escuela de Colorado.
En cambio, la muerte de Kirk a los 31 años simbolizó para muchos el colapso de lo que creían que era un valor estadounidense básico, de sentido común, que no necesita ser debatido: que las personas que expresan una opinión política no deben ser acribilladas por ello.
“Había alguien en la televisión que no paraba de decir que nosotros no éramos así, que no somos uno de esos países que le disparan a la gente por motivos políticos”, dijo Charles Phoenix, de 62 años, artista de izquierda que vive en el área de Los Ángeles.
“Pero es lo que somos. Les disparamos a los líderes políticos. Somos ese país”.
En las entrevistas, la gente repasó sus propias experiencias y temores, intentando entender por qué la situación se había vuelto tan fea. Hablaron de amistades que se disolvieron en discusiones, del flujo infinito de desinformación, de los insultos viscerales, de los llamamientos a la violencia, de la incapacidad de ver más allá de la manipulación partidista para debatir con calma.
“Desafortunadamente, estamos rotos”, dijo Dave Abdallah, de 60 años, agente inmobiliario de Dearborn, Míchigan.
Erwin McKone, de 55 años, vendedor cerca de Flint, Míchigan, quien votó a regañadientes por Donald Trump el pasado noviembre, estaba en el campo de golf cuando recibió la noticia del asesinato. No sabía mucho sobre Kirk, pero la noticia le golpeó como un puñetazo en el estómago. Conteniendo las lágrimas, dijo que el asesinato parecía surgir de una animadversión cada vez más desconectada de los hechos, la responsabilidad y la razón, hasta el punto de que apenas soportaba consumir noticias estos días.
“La violencia política, en mi opinión, es como el agua en un embalse: un dique la mantiene en su sitio”, dijo. “Este momento se siente como si se hubiera roto una presa. Las compuertas están abiertas y la violencia política ya forma parte de nuestra sociedad”.





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