A veces no se trata de tener buena vista, sino buena memoria. Como aquel señor que entró a una fiesta con una señora y salió con otra, para luego decir que no la vio bien porque se le olvidaron los lentes para ver de cerca.
He de decir que yo sí tengo buena vista. Aunque no suelo poner nombres en mis escritos, cuando se trata de algo bueno es de buena educación decirlo, tengo buena vista gracias al Doctor Alejandro Millet Molina, que me operó de cataratas y me puso lentes intraoculares. Gracias Alex, al menos no he cambiado de señora en ninguna fiesta.
Ahora, con eso de la memoria sí que tengo problemas, nadie me ha podido operar para remediarlo.
Nada más veo a una persona y la reconozco enseguida. Con eso quiero decir que soy buen fisonomista, de botepronto sé que la he visto y tratado alguna vez, en alguna parte y en cierta circunstancia. Ahora bien, ¿dónde, cuándo y cómo? Ese es otro cantar.
Es cuando pago el precio de tener buena vista, pero mala memoria. Me quedo estupefacto y patitieso, esbozo una sonrisa que pretende ser natural —aunque supongo que se nota algo estúpida— y saludo como si nada, a pesar de sentirme perdido en el espacio sideral.
Entonces me acuerdo del General Charles de Gaulle que dijo (en francés, claro), algo así como: Hay momentos en la vida de los pueblos y de los hombres en que la razón falla y la dignidad sucumbe.
Pero como a quien tengo enfrente le vale sombrilla lo que haya dicho De Gaulle, de quien probablemente no sabe nada, no puedo darle tan docta opinión y tengo que aguantar a pie firme la humillación de mi falta de memoria.
A lo mejor también me falla la disciplina. Mi abuela paterna, Mamita, se repetía en silencio los nombres de sus sobrinos, nietos y bisnietos para que no se le olvidaran. Ahí está el detalle, no me imagino repitiendo los nombres de todas las personas con las que he pasado la vergüenza de no acordarme de cuándo, dónde y cómo las conocí, para que no me vuelva a pasar.
Mientras encuentro a otro mago capaz de operarme la memoria, como el que me operó los ojos, no me queda otra más que resignarme y confiar en la bondad de las personas que sean capaces de perdonarme los olvidos.
Así que si un día me los encuentro y me ven con cara de yo no fui, no se molesten por favor, solo pongan un poco de su parte y díganme quiénes son, seguramente nos irá mejor.
PFRG–
Pedro F. Rivas Gutiérrez





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