Ya ven que de vez en cuando me da por hablar de las cosas que pasaron, cuando pasaron, aunque ahora no pasen. Aunque sí pasan, pero agachadas.
Por ejemplo, ahora cazan pokemones, antes cazábamos figuritas.
Eso de las figuritas era un negociazo. Te vendían un álbum (en papel) con recuadros perfectamente ordenados, cada uno con el nombre de la figurita que tenías que conseguir para pegar ahí. El chiste era conseguirlas todas y pegarlas en el álbum para presumir que ya lo tenías completo. Había álbumes de todo tipo y salían por temporadas. De artistas, de luchadores, de Disney y de lo que te pudieras imaginar.
Las figuritas también te las vendían, claro, era la parte más productiva del negocio. Comprabas un sobre cerrado que contenía varias figuritas. ¿Cuáles eran? No lo podías saber hasta abrir el sobre. Entonces dabas gritos de júbilo cuando te aparecía alguna nueva. Las palabras rituales eran las mismas cada vez: “la tengo, no la tengo”. Las nuevas las pegabas en el álbum y las “repetidas” pasaban al paquete de los intercambios.
Obviamente, los dueños del negocio se reservaban el número de publicaciones de cada figurita, de manera que había algunas que circulaban poco y eran muy difíciles de conseguir. De ahí los intercambios.
Había distintas formas de intercambios, desde el simple trueque entre cuates, hasta el mercado negro de “a tanto las fáciles y a tanto las difíciles”, pasando por los juegos en los que la suerte o la habilidad definía la propiedad de paquetes de figuritas.
No en todas las casas eran bien vistas las figuritas, ya que se llevaban una buena parte de la gastada, si no es que toda y hasta con deuda. Así que había álbumes visibles y álbumes clandestinos.
Los que lograban completar su álbum lo guardaban como si fuera oro. No sé si todavía hay por ahí uno que otro en manos de coleccionistas aficionados.
Lo que sí sé es que eso de “la tengo, no la tengo”, se parece mucho a la caza de Pokemones.
PFRG
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Pedro F. Rivas Gutiérrez





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