No, no voy a hablar del reloj, de las citas laborales o sociales, ni del uso y abuso del tiempo de los demás. Hoy solo quiero recordar una pequeñísima parte de la obra de un hombre cabal que en muchas facetas de la vida dejó huella indeleble, pero que, desafortunadamente, nos dejó antes de tiempo.
Hace casi sesenta años, Carlos Castillo Peraza (admirado amigo, que en paz descanse), ganó el primer lugar del concurso de cuento organizado por la Federación de Estudiantes Universitarios con un relato ejemplar.
Bueno, ese año, Carlos ganó los primeros lugares de oratoria, poesía y cuento. Una mente brillante.
Pero volvamos al cuento triunfador. No recuerdo el título, pero el tema era sobre las meditaciones de un presidente municipal mientras regresaba a su pueblo, después de enterarse de que no tendría acceso a ciertos recursos del erario porque se había vencido el plazo para reclamarlos. Es decir, había llegado tarde.
Iba, más o menos, así:
¿Qué le diré a mi gente? —pensaba—¿Cómo justificar que no fui yo el equivocado, sino el tesorero del Estado?
Estaba aturdido, él no se atrasó, había hecho el viaje —como cada año— en el momento adecuado, cuando floreció el flamboyán de la plaza.
Este cuento viene a cuento porque, aunque la medición del tiempo siempre se ha ajustado a la naturaleza, esta tiene múltiples maneras de expresarse y el ser humano, igualmente, diversas maneras de percibirla. Y porque a veces, aplastados por lo monumental, dejamos de contemplar las cosas simples de la vida, que son igual de importantes.
Así el cuento, con la profundidad de la sencillez. Recuerdo más o menos el tema, pero no el texto completo. Si alguien lo tiene, le agradecería que lo compartiera.
PFRG
Busca mis canales y redes en viernesdevejentud.com
—
Pedro F. Rivas Gutiérrez





y luego